Comentario
Capítulo VIII
94 De la fiesta y sacrificios que hacían los mercaderes a la diosa de la sal, y de la venida que fingían de su dios; y de cómo los señores iban una vez en el año a los montes a cazar para ofrecer a sus ídolos
95 Los mercaderes hacían una fiesta, no todos juntos, sino los de cada provincia por su parte, para la cual procuraban esclavos que sacrificar, los cuales hallaban bien baratos, por ser la tierra muy poblada. En este día morían muchos en los templos que a su parte tenían los mercaderes, en los cuales otras muchas veces hacían grandes sacrificios.
96 Tenían otro día de fiesta en que todos los señores y principales se ayuntaban de cada provincia en su cabecera a bailar, y vestían una mujer de las insignias de la diosa de la sal, y así vestida bailaba toda la noche, y a la mañana, a hora de las nueve, sacrificábanla a la misma diosa. En este día echan mucho de aquel incienso en los braseros.
97 En otra fiesta, algunos días antes aparejaban grandes comidas, según cada uno podía y le bastaba la pobre hacienda, que ellos muy bien parten, aunque lo ayunen, por no parecer vacíos delante de su dios. Aparejada la comida, fingían como día de adviento, y llegado el día llevaban la comida a la casa del demonio y decían: "ya viene nuestro dios, ya viene, ya viene nuestro dios, ya viene".
98 Un día en el año salían los señores y principales para sacrificar en los templos que había en los montes, y andaban por todas partes cazadores a cazar de todas animalias y aves para sacrificarlas a el demonio, así leones y tigres como cayutles [coyotes] que son unos animalejos entre lobo y raposa, que ni son bien lobos ni bien raposas, de los cuales hay muchos, y muerden tan bravamente, que ha de ser muy escogido el perro que le matare diente por diente. Cazaban venados, liebres, conejos [y] codornices, hasta culebras y mariposas, y todo lo traían a el señor, y él daba y pagaba a cada uno según lo que traía; primero daba la ropa que traía vestida, y después otra que tenía allí aparejada para dar, no pagando por vía de precio ni de conciencia, que maldito el escrúpulo que de ello tenían, ni tampoco por paga de los servicios, sino por una liberalidad con la cual pensaban que agradaban mucho a el demonio, y luego sacrificaban todo cuanto habían podido haber.
99 Sin las fiestas ya dichas, había otras muchas, en cada provincia, y a cada demonio le servían de su manera, con sacrificios y ayunos y otras diabólicas ofrendas, especialmente en Tlaxcala, Huexuzinco [y] Cholola, que eran señoríos por sí. En todas estas provincias que son comarcas y venían de un abolengo, todos adoraban y tenían un dios por más principal, a el cual nombraban por tres nombres. Los antiguos que estas provincias poblaron, fueron de una generación; pero después que se multiplicaron, hicieron señoríos distintos y hubo entre ellos grandes bandos y guerras. En estas tres provincias se hacían siempre crueles y grandes sacrificios y muy crueles, porque como todos estaban cercados de provincias sujetas a México, que eran sus enemigos, y entre sí mismos tenían continuas guerras, había entre ellos hombres prácticos en la guerra, y de buen ánimo y fuerzas, especial[mente] en Tlaxcala, que es la mayor de estas provincias, y aun de gente algo más dispuesta y crecida y guerrera, y es de las enteras y grandes provincias, y más poblada de la Nueva España, como se dirá adelante. Estos naturales, tenían de costumbre en sus guerras de tomar cautivos para sacrificar a sus ídolos, y a esta causa, en la batalla arremetían y entraban hasta abrazarse con el que podían, y sacábanle fuera y atábanle cruelmente. En esto se mostraban y señalaban los valientes.
100 Estos tenían otras muchas fiestas con grandes ceremonias y crueldades, de las cuales no me acuerdo bien para escribir verdad, aunque moré allí seis años entre ellos, y oí y supe muchas cosas; pero no me informaba para lo haber de escribir.
101 En Tlaxcala había muchos señores y personas principales, y mucho ejercicio de guerra, y tenían siempre como gente de guarnición, y todos cuantos prendían, demás de muchos esclavos, morían en sacrificio; y lo mismo en Huejuzinco y Cholola. A esta Cholola tenían por gran santuario como otra Roma, en la cual había muchos templos del demonio; dijéronme que había más de trescientos y tantos. Yo la vi entera y muy torreada y llena de templos del demonio, pero no los conté. Por lo cual hacia muchas fiestas en el año, y algunos venían de más de cuarenta leguas, y cada provincia tenía sus salas y casas de aposento para las fiestas que se hacían.